domingo, octubre 13, 2024
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La encrucijada de la minería chilena

Por Osvaldo Urzúa, director de Centro de Estudios del Cobre y la Minería (CESCO)

Al igual que a principios de los 90, el país y su minería están enfrentando una compleja transición que va más allá del ciclo de precios, y cuyas fuerzas motrices son distintas a aquellas de los 90, situación que ha quedado en evidencia en los últimos meses en el país.

La minería del siglo XXI es una que no solo se remite a ofrecer trabajo y a alcanzar “cero daño”, sino que debe realizar una búsqueda activa de inclusión social, cuidado del medioambiente y adaptación y mitigación del cambio climático, entre otros elementos.

Treinta años atrás, la transición tenía un mayor componente doméstico. Este se refería a cómo Chile y su minería se insertaban a nivel internacional para transformarse en una potencia mundial en producción de cobre. Esto llevó a una serie de esfuerzos para atraer el capital que no existía en el país y crear una base productiva de gran escala, que operase con estándares internacionales bajo el imperativo de aumentar la producción, generando empleo con los mayores niveles de seguridad.

Sin duda fue una década de gran aprendizaje y desarrollo, la evidencia al respecto es elocuente. En términos de producción, Chile pasó de producir 1,8 millones de toneladas de cobre fino en 1990, a algo más de 5 millones en 2002. Esta mayor producción fue acompañada de mejoras sostenidas en términos de seguridad, y de una sofisticación sin precedentes de los encadenamientos productivos que apoyaron esta expansión.

Posteriormente, se entró en un extenso periodo caracterizado por altos precios de nuestros commodities, el cual fue acompañado de significativos niveles de inversión para mantener y aumentar levemente los niveles de producción, y de un estancamiento e incluso caída de la productividad. El imperativo era aprovechar el boom de precios, lo que de manera inadvertida dejó en segundo plano mantener el activo proceso de aprendizaje y sofisticación iniciado la década anterior y que es fundamental para proyectar a la industria a largo plazo, incluyendo su aporte o propuesta de valor a la sociedad.

Hoy, nuevamente, el país y su minería enfrentan el desafío de actualizar dicha propuesta en su conjunto, lo que requiere, además de mantener altos niveles de competitividad, incorporar las nuevas preocupaciones sociales que van desde el cambio climático y el cuidado del medio ambiente, al desarrollo local y una mejor distribución de las riquezas del país, entre otros temas. En este escenario, el Estado en conjunto con la empresa y la sociedad deben construir espacios de acción colectiva y reciprocidad para construir acuerdos estables fundamentales para crear valor para todas las partes, cuidando el medioambiente y sus ecosistemas.

Este desafío no solo afecta a Chile, sino que es una tendencia a nivel mundial, y los países que se preparen y lideren esa transición serán los que capturen la mayor parte del valor social que la minería puede generar operando bajo una aproximación renovada.

La minería del siglo XXI es una que no solo se remite a ofrecer trabajo y a alcanzar “cero daño”, sino que debe realizar una búsqueda activa de inclusión social, cuidado del medioambiente y adaptación y mitigación del cambio climático, entre otros elementos. Un imperativo para liderar esta transición, es participar activamente en el proceso de cambio tecnológico, manteniendo estrechos vínculos con los factores de inclusión y sostenibilidad. Los países que sean seguidores tendrán que esforzarse para no quedar fuera del nuevo paradigma y solo conformarse con una fracción de las oportunidades y del valor que otros estarán creando y capturando.

El desafío no se refiere a si hay que tener más o menos minería. Está claro que un mundo sostenible necesita más minería, por lo que el desafío radica en el tipo de minería que necesitan las regiones, el país y el planeta. No se trata solo de ver si seremos capaces de aumentar la producción de 6 a 7 millones de toneladas de cobre fino y de otros minerales en las próximas décadas. El desafío radica en cómo se producirán esas toneladas de mineral.

Luego, la encrucijada que enfrenta el país y su minería es si seguir mirando el futuro desde la óptica del siglo XX, o con la mirada del siglo XXI, cuyas características principales ya son materia de discusión global. El capital, los talentos y las comunidades han dado señales más que claras sobre de la necesidad de una renovación para aumentar el atractivo del sector. Cómo se resuelva esto, definirá el legado que dejará la minería y su impacto en el nivel de bienestar tanto para las generaciones presentes como de las futuras.

Enfrentamos una ventana de oportunidad que se cerrará más temprano que tarde y que exige de manera urgente actuar de forma colectiva para liderar el tránsito hacia una minería competitiva, segura, inteligente, inclusiva y sostenible.

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